El trabajo diario con grupos de mujeres no deja de sorprendernos. Ellas están hechas de fortalezas y de cicatrices que las hacen más sabias y modelos a seguir.
De todas aprendemos multitud de conocimientos y de sus historias también. En uno de esos encuentros, reflexionando sobre las narrativas de la vida, nos hemos encontrado con las historias que encierra el nombres de pila. Ese es el caso de Pilar, bueno, de María Pilar Anselma:
Hay que retroceder a los años 1955, cuando en los pueblos siempre había alguna pesona, las clásicas, con poder para manejar a las familias.
La mujer que me trajo al mundo, mi madre, se enamoró de un hombre, mi padre. Esto no tendría ninguna notoriedad si no fuera porque ese hombre venía de otro país, estaba divorciado y con pocas ganas de comprometerse seriamente con nadie. El destino quiso ponerme en medio de sus vidas y camino, y nací de madre soltera, que en esos tiempos era un motivo de crítica y comentarios vecinales.
Aquí es donde aparece el poder de esa persona, quien decide que mi nombre debe ser María Pilar Anselma: María por mi abuela paterna, Pilar por mi madre y Anselma por mi padre. Según esta señora, tal ocurrencia tenía por objetivo que mi padre no se olvidara de que tenía una hija.
Finalmente, dicha ocurrencia surtió efecto, ya que a los tres años fui reconocida por él. Tras muchas peleas burocráticas y papeleos, mi padre y mi madre se casaron por lo civil, con todas las dificultades imaginables.
Lo más sorprendente de todo esto es que descubrí mi verdadero nombre o mi nombre completo cuando contaba 14 años, al ir a hacerme el carnet de identidad.
Estamos hechas de historias… y esta es la historia de mi nombre.
M.P.A.
Gracias por tu generosidad, al compartir parte de tu historia.