En este post vamos a incluir una carta escrita por uno de nuestros consultantes, realizada en la última fase del proceso terapéutico. Una tarea seleccionada del libro «200 tareas en terapia breve» de Mark Beyebach, editorial Herder, 2010.
En dicha tarea, llamada «Carta desde el futuro», proponemos al consultante que se escriba a sí mismo una carta desde el futuro, percibiéndose con el problema que le ha traído a terapia superado. Las indicaciones que se da desde el futuro ayudan a crear alternativas muy válidas para el día a día. Por otro lado, también es muy útil para poder aconsejar a otras personas que estén pasando por un problema similar, convirtiendo a los consultantes en co-terapeutas.
Es difícil escribir sobre algo que, en un momento dado, parecía ser el final. El «me rindo», el «ya no puedo más». Si me paro a pensar, cosa que no suelo hacer porque me parece una pérdida de tiempo mirar hacia el pasado, lo primero que me invade es una sensación de vacío. Así me sentí, vacía por dentro. Di tanto a tantos, di sin pensar en mi, sin pensar a quién ni en las consecuencias, di sin esperar y sin recibir nada a cambio, tanto que me vacié, me quedé sin nada. Peor: me quedé llena de vacío y tristeza… Acto seguido mis ojos se vuelven cristalinos y una pena inmensa invade mi pecho. Al fondo suena un blues y sin darme cuenta estoy sonriendo, mi pena incontrolable se desvanece y las lágrimas, que hace meses no podía evitar derramar, hoy no se atreven a salir. ¿El por qué? Pues así de pronto, no sé por qué, supongo que he aprendido a controlar mi sensibilidad, a pensar en mí, a saber decir que no, a no depender de la gente que me rodea, he recuperado mi poder de decisión y he perdido ese miedo al rechazo sólo por el hecho de no pensar o sentir o actuar como los demás esperan que haga.
Me he dado cuenta de que, si quiero, puedo hacer todo lo que me proponga, porque soy una persona con muchos recursos, inteligente, agradable, simpática, valiente y decidida. Que puede hacer cosas que otra mucha gente jamás haría o no está capacitada para hacer. El hecho de volver a componer, de mostrar mi música, de haberme ido sola de vacaciones, de disfrutar de mi misma, de lanzarme en paracaídas, de buscar otro círculo de amistades que cubran mis necesidades actuales, son pequeñas aventuras que no todo el mundo es capaz de hacer, y yo lo he hecho, sólo porque decidí creer que podía hacerlo, que no necesitaba la ayuda de nadie para ser feliz, porque perderme en mi soledad fue la única manera de volver a encontrarme.
También he aprendido que la gente que realmente me quiere me va a entender, va a saber respetar mis decisiones y va a seguir ahí y el resto se va a a quedar por el camino. Qué de gente se ha quedado, gente que creía imprescindible, a la que tanto quise y sin la que pensaba que no podría vivir… Y aquí sigo, viva y coleando, quizás más fuerte que con ellos porque, tal vez, sólo tal vez, pudiese ser que eran lastre que me impedía volar por mi misma, y todo ello sin darle más importancia de la que tiene. Porque igual que yo he cambiado y mis necesidades también lo han hecho, esa gente que parecía ser imprescindible ya no lo es, ya que de la misma manera ha aparecido, y no por casualidad, si no porque me he preocupado en encontrar, otra gente igual o más interesante, gente que he aprendido a valorar y a querer en la misma proporción que ellos me dan o quieren a mí. El toma y daca, ¡¡¡ese gran descubrimiento!!! Ese ha sido, probablemente el recurso aprendido que más he utilizado.
El blues se ha acabado, ¡¡¡basta de blues!!! Ponme un rock and roll, un pasodoble o un foxtrot que vamos a bailar, que la vida es como la música, hay tantas canciones, buenas, malas, alegres, tristes, sólo tienes que escuchar y elegir cuál es la que te gusta, la que te hace disfrutar y quedarte con ella. Y si ésta no es, dale al botón y escucha la siguiente, nadie te obliga a seguir escuchándola. Sube o baja el volumen, tú tienes el mando. Pero recuerda, toda canción tiene su momento y pasa; sólo unas pocas, muy pocas, acabarán formando la banda sonora de tu vida.
Gracias por tu generosidad, al darnos permiso para escribir íntegramente esta carta.